El chiste que tiene es que el tomate está hecho en casa y no comprado. Lo probé por primera vez en Ibiza en casa de unos amigos y quedé fascinada.
Cabe decir que nunca me ha gustado el tomate natural, soy así de rara. Por ese motivo quedé tan alucinada cuando probé esta salsa ya que no da la sensación de estar comiendo un tomate (por lo menos a mí).
¡Ahí va!
Pasos a seguir:
Para el tomate:
1. Lo primero que vamos a hacer es escaldar los tomates. Esto
se hace para que queden blanditos y sea más fácil quitarles la piel. Para ello
ponemos agua a calentar en una olla. Les hacemos unos cortes a los tomates en
forma de cruz y cuando el agua hierva los metemos. Los dejamos un minuto,
minuto y medio como mucho. Si los dejamos más se pasarán y perderán color,
cuando veáis que se empiezan a poner blanditos podéis sacarlos.
2. Les quitamos la piel y los cortamos en rodajas. Cortamos una
cebolla y dos dientes de ajo en trocitos pequeños (esto va un poco al gusto, a
mí me gusta que no se note demasiado la textura de la cebolla y el ajo en las
salsas por eso intento que queden trocitos muy pequeños).
3. Ponemos una olla al fuego con un chorrito de aceite. Poned
el fuego medio, medio-bajo (más vale pasarnos de bajo y tener que aumentar a que
se nos queme la cebolla) y cuando esté caliente echamos la cebolla y el ajo. Freímos a la misma temperatura hasta que la cebolla este dorada y blandita.
En este punto echamos los trozos de tomate. Removemos de vez
en cuando para que se deshaga el tomate y suelte jugo.
4. Para quitarle la acidez añadimos una cucharada de azúcar. (A
mí me encanta el toque que le da, pero es cuestión de gustos y de ir probando). Seguimos removiendo hasta que veamos que adopta la
consistencia deseada.
*Y voilà! Ya tenemos nuestra salsa*
Una ver servido a mí me gusta añadirle un poco de orégano. ¡Me
encanta la pasta con queso y orégano!
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